Por Elkin Palma Barahona
La vertiginosa carrera de los cambios naturales de esta humanidad, la dinámica en las
variaciones de percepción de la realidad y el acomodamiento de la racionalidad a los contextos,
ha golpeado la consuetudinariedad del desarrollo histórico y nos ha llevado a experimentar
severos golpes a un orden casi dogmático en la relación de los seres humanos.
Se ha puesto muy de moda la visión evolutiva del ser humano con enfoque de género, ya que,
según los defensores de esta visión, la interpretación de los orígenes humanos se ha visto
sobrecargada con un considerable sesgo de género; aclarando que con el término «género»
hacemos referencia no sólo a las diferencias biológicas entre uno y otro sexo de la especie humana,
sino también a las diferencias sociales y culturales atribuidas a las personas en función de su sexo.
Ya no podemos hablar del origen del hombre para referirnos al ser humano, porque estaríamos
excluyendo a la mujer. Pero la culpa parte del hecho de que los principales estudios que
iniciaron al comienzo del siglo XX con una disciplina relativamente nueva llamada
Paleantropologia, han sido realizados por hombres. Tal hecho ha generado la identificación de
lo masculino en la historia de la evolución del ser humano, lo cual ha derivado en la proyección
de un papel poco determinante al sexo femenino en el proceso histórico.
Podríamos decir que la humanidad se inicia sin enfoque de género y que por eso la lucha que la
mujer ha tenido que afrontar tardíamente ha sido dantesca. Por ello, uno de los intentos
entendidos como un “grito” abrumador en defensa de sus derechos, es la declaración de los
derechos de la mujer redactados por Olympe de Gouges, en los cuales podemos decir que se
aplica la pedagogía de la pregunta o mejor, una vuelta a la aplicabilidad a la mayéutica socrática,
para que la masculinidad universal pueda entender el verdadero sentido de la existencia del
género femenino en esta realidad mundial. La asamblea nacional francesa inicia con un rosario
de preguntas:
“Hombre: ¿Eres capaz de ser justo? Es una mujer quien te pregunta; no le quitarás por lo menos
este derecho. Dime ¿quién te ha dado el poder soberano de oprimir mi sexo? ¿Tu fuerza? ¿Tu
talento? Observa al creador en su sabiduría; recorre la naturaleza en toda su grandeza, a la que
pareces querer aproximarte, y dame, si te atreves, el ejemplo de este poder tiránico”
La declaración expresa:
“Las madres, las hijas representantes de la nación, piden ser constituidas en asamblea nacional.
Considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer, son las
causas de las desgracias públicas y la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer una
solemne declaración de los derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer, a fin de que
esta declaración, constantemente presentada a todos los miembros del cuerpo social, les
recuerde sin cesar, sus derechos y sus deberes.”
Lo que indica la anterior declaración, es que las mujeres son sujetos de derechos, que han
luchado por ganar esta condición, que, por el desprecio, la ignorancia ha sido anulada a través
de la historia de la humanidad.
Hasta aquí, hemos entrado en contacto con todo el tsunami que se le vino encima a la
masculinidad, en relación con la creación más indispensable para la vida del hombre y que ha
torpedeado el segmento paternalista de la mente de los seres humanos. Cualquier análisis con
enfoque de género pone en evidencia la imposibilidad de discurrir nuestro sentido emocional
con lo que significa la mujer para los hombres en general, su incesante búsqueda de la igualdad,
y la libertad ha construido muros infranqueables en las relaciones pro-géneros e inter-géneros.
Esta generación despertó con otro tipo de “mujer” que pretende darle vueltas al propio estigma
de la naturaleza, su rol en esta humanidad ha cambiado, su búsqueda de libertad ha apretado
más sus grilletes, aún más fuertes que aquellos de las cadenas históricas que nos avergüenzan.
Sin entrar a cuestionar, si ha sido o no conveniente, para esta sociedad el empeño de la mujer
en su búsqueda de paraísos libertarios, se discurre inferencialmente un sentido común
universal: “desde el día que nuestras reinas sacaron un pie de la familia, la humanidad no volvió
a ser la misma”, pero eso no se discute, ¿merecían sacarlo? La primera célula de la sociedad se
queda sin su núcleo ¿puede la sociedad reponerse de este desajuste? Solo nos queda a los
hombres verdaderos, poner toda nuestra fuerza espiritual para que la aureola del amor y los
sentimientos que inspira la mujer no sigan siendo avasallados por los gérmenes del capitalismo
que convierte a las personas en agentes y entes de consumo.
La contemporaneidad ha puesto nuevos elementos en tu ser, que han variado tu esencia y
nosotros tenemos que seguir aprendiendo, cómo amarte, cómo tratarte, cómo acercarnos a tu
faz, a tu cuerpo, pero sobre todo cómo tocar tu alma sin lastimar nuestra piel, sin volvernos
avasalladores por el repentino surgimiento de algún otro derecho en el tiempo
Mujer, yo puedo “piropearte” no sólo para sacarte una sonrisa, sino para conjurar en mí el
aprecio que sentimos los hombres, al descubrir en ustedes el verdadero sentido de nuestras
existencias.
Algún día estarás de regreso sobre tus propias huellas, en este camino de la historia.
Algo de Dios tendrás, para instarme a escribir tantas cosas contradictorias.
¡¡¡FELIZ DIA MUJERES VERDADERAS!!!